Cuando José Mourinho al frente
del Inter de Milán consiguió eliminar al F.C. Barcelona en las semifinales de la Champions League
del 2.010 no solo se dispararon los aspersores del Camp Nou, también las ganas
de Florentino Pérez de hacerse con los servicios de un técnico que renovara las
ilusiones merengues ante el dominio mostrado por los de Guardiola. Aunque ha
tardado más de dos años en conseguirlo, con la imagen dada en las semifinales
de la Copa del Rey y en el posterior partido de Liga ha logrado que, por fin,
el Real Madrid haya reducido sus complejos con el Barça.
En estas dos temporadas y media,
el adorado y denostado a partes iguales Mourinho ha ido variando su respuesta
táctica en los partidos frente al Barça. En su primera temporada llegó al Camp
Nou con el bagaje de unos buenos primeros meses de campeonato y decidió
afrontar el Clásico como un cara a cara del que salió bastante escaldado,
goleada 5 a
0 que le demostró que, por muy buen equipo que tuviera con el Real Madrid, para
afrontar al F.C. Barcelona tendría que preocuparse más de anular las virtudes
del rival que de dominar el juego.
La culminación de esta intención
de frenar el juego del Barça se dio en la llamada Tormenta de
Clásicos, cuando entre Liga, Copa del Rey y Champions disputaron cuatro
partidos en escasos días. Fue ajustando el modelo de manera que, lo que empezó
con Pepe en el centro del campo pasando el cortacésped como ejemplo práctico de
la preocupación por cortar el ritmo y la frecuencia de pases blaugrana hasta el
límite del reglamento, acabó con el convencimiento de que la reducción de
espacios en la medular era una necesidad, pero que tanta tensión acababa
haciendo que por momentos perdieran el hilo de los partidos. Fueron partidos cargados
de momentos violentos, para olvidar desde el punto de vista del juego limpio,
desagradables, en los que ninguno de los dos equipos pudieron salir al 100%
orgullosos ni contentos.
Desde el duelo de vuelta de la pasada Liga , en el
Camp Nou, el Real Madrid viene demostrando cierta superioridad táctica que
maniata al Barça. Incluso las claves descifradas por Mourinho vienen siendo
utilizadas por otros entrenadores para complicar la existencia a los
blaugranas, con éxito dispar ya que no todos los equipos disponen de jugadores
con suficiente nivel como para conseguirlo (valga el ejemplo reciente del
Milan).
La solución de Mou se basa en
aquello en lo que el Real Madrid es netamente superior al Barça: el físico. La
defensa madridista no se cierra atrás, más bien al contrario sube la línea lo
suficiente para no dejar espacios entre ella y el centro del campo, de forma
que nadie pueda maniobrar entre las líneas sin verse encerrado por cuatro
jugadores blancos en muy pocos metros cuadrados. De ahí que Messi quede ahogado
en estos partidos. Saben que el Barça no busca balones largos, ni
prolongaciones a la espalda, usa poco las bandas y no gana en velocidad a los
defensores merengues (la aparición de Varane ha sido perfecta para este plan
táctico). Además, la cercanía entre todos los jugadores posibilita una presión
muy efectiva aunque no demasiado alta, sino a la altura de la línea divisoria
de ambos campos, donde más les gusta moverse a los medios blaugranas. Al
defender todos muy cerca los unos de los otros, se facilitan las ayudas sin
necesidad de agotarse en grandes desplazamientos. Por fuerza, altura y
velocidad el Real Madrid es mejor que el F.C. Barcelona, que termina por
perderse en el embudo defensivo blanco y cediendo el balón a los de Mou en
posiciones adelantadas, lo que impide que los catalanes presionen dicha salida.
A partir de ahí, para el Real
Madrid la salida es rápida hacia los centrocampistas, bien porque recuperen
ellos mismos o bien porque el defensa que robe tiene cerca a los medios, estos
buscan el despliegue veloz y muy ancho de los atacantes y encuentran un Barça
que hace aguas atrás por escasez de efectivos.
A Mourinho le ha costado más de
un disgusto encontrar este plan, pero ahora ha conseguido una superioridad en
los enfrentamientos con el Barça que provoca en los culés una discusión casi
ética ¿persistir con la filosofía del toque o intentar buscar un plan B? Esa
es, ahora, la cuestión.
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